lunes, 29 de octubre de 2012

Lo que decimos y lo que hacemos.

Ciencia de la hipocresía moral
 Eduardo Zugasti, 9 julio, 2012
 
Tenemos dos tipos de moralidad la una junto a la otra. Una que predicamos pero no practicamos, y otra que practicamos pero rara vez predicamos. Bertrand Russell
 
Buena parte de la ciencia moderna del razonamiento moral se basa en estudios con escenarios morales altamente estilizados, tales como los célebres “problemas de tranvía” en los que se invita a los sujetos a escoger entre distintos dilemas hipotéticos. Mientras que una mayoría de personas consideran moralmente aceptable salvar la vida de cinco personas a cambio de matar a una si lo que se requiere es apretar un botón que desvía la trayectoria de un tranvía sin control, una mayoría rechaza que sea moralmente aceptable empujar a una persona por un puente para detener la trayectoria del tranvía que mataría a otros cinco, aún cuando el resultado del cálculo utilitario sea idéntico en ambas situaciones. Esta divergencia se ha explicado en ocasiones apelando a una supuesta “aversión a dañar a los demás” profundamente implicada en nuestra naturaleza, hasta el punto de que trascendería culturas e incluso especies.

Un estudio de varios investigadores de la universidad de Cambridge, que acaba de aparecer en Cognition, arroja sombras sobre estos supuestos. Si no dañar a otros es una norma universal, y profundamente biológica, ¿Cómo explicar la aparente incongruencia de que la historia humana esté tan corrientemente salpicada con ejemplos de personas que dañan a otras para conseguir beneficios? ¿Hasta qué punto los escenarios morales estilizados reflejan el comportamiento moral real de la gente? Es tentador preguntarse si son “psicópatas” los responsables de terribles desastres que dañan a millones de personas, como la actual crisis política y financiera, o sólo personas corrientes que actúan en un entorno de incentivos egoístas.

Para indagar en estas incongruencias, en uno de sus estudios los investigadores preguntaron a 88 personas si pensaban que los participantes futuros en un experimento (otros 46 sujetos) estarían más o menos dispuestos a causar daño a otros, a cambio de una ganancia personal significativa. A continuación, los investigadores sometieron a los sujetos a un experimento basado en el paradigma llamado de “Dolor Versus Beneficio” PvG (Pain Versus Gain), en el que debían tomar una decisión moral: ganar dinero o evitar que se causara daño a otras personas. Para asegurar el realismo de la situación, los investigadores presentaron un video a los participantes con las consecuencias de los shocks eléctricos con los que se castigaría a los sujetos.
 
En los resultados llegaron las sorpresas desagradables. Mientras que los sujetos del primer experimento afirmaron, según lo previsto, que los sujetos experimentales estarían menos dispuestos a causar daño en una situación real, en el segundo, que implicaba una tarea real PvG, los datos mostraron que los sujetos de hecho estaban significativamente másdispuestos a causar daño a otros sujetos a cambio de un beneficio personal. Los sujetos del segundo estudio fueron hasta 7 veces más “inmorales” de lo previsto por los sujetos del primero, y -lo que quizás es más temible- ni siquiera la perspectiva de ser observado disminuyó significativamente estos impulsos egoístas y desconsiderados con el daño ajeno.

Lo que hacemos no es lo que decimos, especialmente si hay ganancias factibles de por medio. Según los autores, los datos sugieren que “nuestras creencias morales podrían poseer un impacto mucho más débil en nuestra toma de decisiones si el contexto se enriquece con fuerzas especialmente motivadoras, tales como la presencia de una ganancia significativa. Esto plantea cuestiones sobre si las decisiones morales hipotéticas generadas en respuesta a escenarios fuera de contexto son una buena muestra de las elecciones morales reales”.

fuente: http://www.terceracultura.net/tc/?p=5077

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